A España la democracia llegó en 1977 por el difícil camino de una “reconciliación” que se parecía a la del Estatuto Real de 1834 y también, aunque menos, a la salida del fracaso de la I República por la Restauración monárquica; con aquellas soluciones peculiares el país, como en un Juego de la Oca, fue dando tumbos hasta toparse con el Golpe de Estado de 1936 que volvió a sumirlo en una situación decimonónica de la que sólo conseguiría salir con las carencias que han glosado centenares de volúmenes y miles de artículos o discursos y que, en los últimos tiempos, han sido los detonantes para la aparición de nuevas fuerzas políticas cuyos idearios se basan en la reivindicación de poderes reales para la ciudadanía.
De la suma de votos que las últimas encuestas otorgan a los partidos -nuevos o preexistentes- partidarios de la profundización democrática resulta una mayoría apabullante que permitiría atar todos los cabos que en materia de estructuración federal del Estado, igualdad, educación, sanidad, dependencia, interrupción del embarazo, derecho real a la vivienda… quedaron sueltos o se han soltado luego. Pero, paradójicamente, todo eso, o sea las razones esgrimidas para saltar a la palestra política, se han perdido en el laberinto del baratillo electoral en el que cada cual se adjudica una mayoría que no tiene olvidando la que, entre todos, se podría tener. ¡Patética situación, tan parecida a la de 1834 y a la de los estertores de la I República! Otra vez en el fatídico Juego de la Oca para caer en el Laberinto y volver al 30.